miércoles, 27 de abril de 2016

"Santo Descalzo"

En el Año 1910, los vecinos de San Roque se sorprendían de ver caminando por sus calles a un caballero alto, distinguido de ojos azules y barba rubia que solía vestir humildemente y caminar descalzo. Durante muchos años ocupó una tiendita oscura y húmeda que quedaba en la calle Rocafuerte, frente a la iglesia del barrio.

En aquel cuarto tan austero, este singular personaje montó una zapatería con una mesa y unas pocas hormas, planchas de machacar, suelas y otros artículos necesarios para ejercer el oficio de zapatero remendón. Dos muchachitos sanroqueños ayudaban al extraño zapatero y además de aprender el oficio, ganaban un peso diario más comida, una remuneración que era casi una fortuna para aquella época en que se compraba un huevo por un calé y una gallina ponedora por seis reales.

Toda bondad y gentileza era el "zapatero descalzo" como lo empezó a llamar la barriada. Cobraba muy barato y cuando el cliente era pobre, no le cobraba nada. Fue por eso que la gente le comenzó a conocer después como "El Santo Descalzo". 
Los vecinos de Quito veían con ojos incrédulos como todos los domingos el zapatero dejaba su taller a las ocho de la mañana vestido con chaqueta, chaleco de fantasía, camisa con botones de perlas, gemelos de oro en los puños y un bastón con empuñadura de marfil y plata. Pero tanta elegancia contrastaba con sus pies siempre descalzos.
Parecía que llegaba al éxtasis. Oía la santa misa con gran devoción y en muchas ocasiones lo vieron llorar.


Llegado a su taller se encerraba y el lunes, como todos los días, abría su taller a las seis de la mañana, caminaba a la tienda realizaba las compras de la semana. Comía humildemente, pero a sus operarios siempre les brindó pastas, dulces y finas conservas.

Con los pies desnudos bajaba por la Rocafuerte hasta llegar al Arco de la Reina, en el hospital San Juan de Dios, luego tomaba la García Moreno o calle de las Siete Cruces para llegar a la iglesia del Carmen Alto en donde entraba luego de rezar un Ave María y un Padre Nuestro. Después, se dirigía a la iglesia de la Compañía para asistir a la misa de nueve. Allí tomaba su reclinatorio forrado de terciopelo rojo y escuchaba todo el servicio religioso de rodillas.

Más allá de la Leyenda
Con el tiempo se desveló el misterio del "Santo Descalzo". Incluso se descubrió su verdadero nombre, se trataba nada menos que de Miguel Araque Dávalos, hijo de una de las familias aristocráticas y de dinero de la ciudad de Riobamba. Muchas suposiciones trataban de explicar porqué una persona de tan alta alcurnia se comportaba de forma tan humilde con toda la gente y aún más con los pobres
La razón hay que buscarla en los misterios del amor. Don Miguel se había enamorado de una mujer de mala reputación y poco decente y aunque trató de olvidarla, no pudo. Para tratar de apagar las brasas de la pasión, decidió abandonar su Riobamba natal para venir a Quito donde trató de enamorarse de otra mujeres aunque nunca lo logró.
Un día leyó sobre el milagro de La Dolorosa del colegio San Gabriel sucedido un 20 de abril de 1906 y desde ahí se encomendó a la Madre Dios y a cambio de que le hiciera olvidar a la mujer que le robó el corazón, Miguel se comprometió a caminar descalzo durante un año y trabajar durante ese mismo tiempo como un humilde zapatero.
A la final, logró conseguir a la mujer pero porque esta se fue con un gringo que había venido a trabajar en el ferrocarril. Miguel ya no sufrió más y dicen que se curó por obra de la Dolorosa y así ha vivido en el recuerdo de los quiteños como el "Santo Descalzo"

CANTUÑA

Les voy relatar una leyenda muy particular de nuestro país la leyenda del indio Cantuña. 


En el libro "Leyendas del Ecuador" hallamos las dos versiones de la leyenda la verdadera la version falsa:

Cantuña tenia una labor que había sido asignada por los franciscanos que era construir una Iglesia en Quito. Este acepto y puso como plazo seis meses, a cambio el recibia una gran cantidad de dinero.

Aunque parecía una hazaña imposible lograr terminarla en seis meses, el Indio Cantuña puso su mayor esfuerzo y empeño en terminarla, reunió un equipo de indígenas y se propuso terminarla. Sin embargo la edificación no avanzaba como él la esperaba. En esos momentos de angustia se presento ante el, Lucifer y le dijo: “¡Cantuña!. Aquí estoy para ayudarte. Conozco tu angustia. Te ayudaré a construir el atrio incompleto antes que aparezca el nuevo día. A cambio, me pagarás con tu alma.”

Cantuña aceptó el trato, solamente pidió una condición, terminar la construcción lo más rápido posible y que sean colocadas absolutamente todas las piedras.
Cantuña se vio desesperado debido a que vio que los diablillos avanzaban muy rápido, tal como lo ofreciera Lucifer, la obra se culminó antes de la media noche, fue entonces el momento indicado para cobrar el alto precio por la construcción, el "alma de Cantuña".

El diablo al momento de ir ante Cantuña a llevarse su alma, éste lo detuvo con una tímida voz, ¡Un momento! - dijo Cantuña. ¡El trato ha sido incumplido! Me ofreciste colocar hasta la última piedra de la construcción y no fue así. Falta una piedra. Cantuña había sacado una roca de la construcción y la había escondido muy sigilosamente antes de que los demonios comenzaran su obra.
Lucifer, asombrado, vió como un simple mortal lo había engañado de la manera más simple. Así Cantuña salvó su alma, y el diablo sintiéndose burlado, se refugió en los infiernos sin llevarse su paga.

La leyenda del gallo de la catedral

Esta difundida leyenda que atesoran los habitantes de Quito se refiere a don Ramón Ayala y Sandoval, quien era un hombre adinerado, muy bohemio y dedicado a la buena vida; además mantenía indiscutible afición por la vihuela (guitarra), mistela (licor) y la graciosa ‘chola’ Mariana, que le robaba más de un suspiro.
Asimismo, el personaje se vanagloriaba de sus 40 años de soltería, de su hacienda y de su apellido. Don Ramón desarrollaba su vida con un horario estricto: se levantaba a las 06:00 para luego ponerse el poncho de bayeta y comenzar a desayunar lomo asado, papas, un par de huevos fritos, una taza de chocolate, pan de huevo y el tentador queso de Cayambe.
Después de comer como un dios, don Ramón pasaba a la biblioteca y disfrutaba de los recuerdos de sus antepasados.
Tras gozar de una hora a la siesta, se daba un masaje con agua olorosa y a las 15:00 salía a la calle derrochando elegancia. Se detenía justo en el petril de la catedral, y allí tenía siempre su primer encuentro con el popular gallito.
Con un gesto desafiante le decía: ¡”Qué gallito, qué disparate de gallito!”. Ramón amaba a la ‘chola’ Mariana, una mujer, dueña de un local de venta de licores, pero cuando la gente iba a escuchar misa se espantaba al pasar por dicho establecimiento, pues Ramón, ya pasado de tragos, comenzaba a lanzar carajos a todo el mundo.
¡El que se crea hombre, que se pare enfrente! ¡Para mí no hay gallitos que valgan, ni el de la catedral!, repetía una y mil veces. Cierta noche, alrededor de las 20:00, pasaba ebrio por el pretil de la catedral y trató de desafiar al gallo. Cuando alzó su mirada y se disponía a gritarle, el gallo alzó su pata y rasgó con su espuela la pierna del noble, quien cayó al piso.
Luego, el ave levantó el pico y le sentó un feroz golpe en la cabeza. Horrorizado por lo que le estaba sucediendo, comenzó a pedir perdón y clemencia al animal, que le preguntó si jamás volvería a beber e injuriar a las personas. El aristócrata prometió enmendar su vida y no cometer tales abusos.
Don Ramón, el aristócrata, cambió por completo. Se volvió respetuoso con la gente y dejó de tomar las mistelas. Mas un día se encontró con un antiguo amigo, quien le dijo que estaban orgullosos de él y que habían preparado un agasajo. Al llegar, se halló con una tentadora mistela y no aguantó la tentación. Terminó nuevamente en el local de la ‘chola’ Mariana.

martes, 26 de abril de 2016

El descabezado de Riobamba

Una noche, a inicios del siglo pasado, un personaje de ultratumba apareció en las calles de Riobamba. Quienes lo miraron se quedaron mudos de espanto. Era un jinete sin cabeza. Todos los habitantes de la ciudad se guardaban muy temprano para huir de la mala visión, pero nunca faltan los valerosos que lograron descubrir lo que escondía detrás del fantasma.

Los Gagones

 Los gagones son como unos “guaguas perritos” (cachorros de pocos días de nacidos), al principio son cenicientos, lo que llamamos “chucuros” y con el tiempo van haciéndose negros hasta volverse “negro fino”. Se forman cuando se han “entreverado” (cohabitado) entre compadres o parientes y son las “almitas” de ellos que andan llorando por los caminos donde trajinan los que están “mal llevados” (amancebados). Salen para que alguna persona de “alma limpia” (persona pura que no ha delinquido contra la castidad) y que no sea manchada le aconseje para salvar esa almita y no se condenen.
Esto solo puede conseguirse al principio, pero cuando ya están negros, ya no tienen salvación. Las almas limpias cuando ven a los gagones les amarran con un cordel o les pintan la cara con negro de humo para ver al día siguiente cual ha sido el gag. Si las personas son pecadoras, el gagón les coge de la rodilla y les saca el huesito (rotula) y si el alma no es manchada le coge suavito.

Los que han querido coger al gagón estando en pecado no vuelven a hacer eso porque ya tienen miedo por el dolor a la rodilla. Cuando han cogido al gagón y le han tiznado esperan en ese lugar para ver quien pasa a la madrugada entre claro y oscuro, el rato que “arraya” (el momento que salen los primeros rayos del sol) el día le aconseja diciéndole: “usted está con este pecado, sepárese de esa mala amistad, para que no se condene y salve su alma”.

Otras versiones sobre los Gagones:
Los gagones son como unos perritos bien blancos y “pulchungos” (lanudos) que andan delante de los convivientes, cuando estos son parientes o compadres; aúllan y juegan abrazándose, es fácil cogerles; se les muestra el poncho haciendo una “miglla” (mantener extendido con los brazos, el poncho, la pollera o cualquier tela para recibir algo), cuando han saltado se les cierra y se les lleva a la casa, se les encierra en una tinaja y se les tapa con un “mediano” (pozuelo de barro vidriado), al día siguiente se les suelta y se les va siguiendo a ver donde entran y así se descubre a los que viven mal. Dicen que cuando los gagones están encerrados, los cuerpos no pueden despertarse porque el gagón es el alma de estas gentes perdidas.

Los gagones son unos perritos negros con la pancita blanca bien “pulchunguitos”, que aparecen en la vecindad de la casa donde viven mal entre parientes o compadres, andan delante de los pecadores sin ser vistos por ellos, aúllan así: “gagón, gagón” y la hembra “gagona, gagona”. Se revuelcan en el suelo abrazándose, salen después de las 10 de la noche. Cuando ven al cristiano pronto desaparecen. Dice: “yo les he visto con mis ojos que se han devolver tierra, cerca de la casa de la N. N. que vivía mal con el tío”.

Una mujer vivía con el cuñado y todas las noches se oía a los gagones. Un día el vecino le cogió a la gagona y le colocó en una tinaja. Al día siguiente le fue a ver, la encontró muerta, luego supo que la vecina había amanecido muerta también, todo el cuerpo negro como condenada. Dice: “Yo le llegué a conocer a la hija de la gagona; se casó pero no pudo tener hijos, porque dicen que esa es la maldición”.

Cuichi (El Arco Iris)

Cuando el “arco” se enamora de una mujer, la empieza a perseguir todos los días hasta cuando le encuentra sentada al lado de una “cocha” (charco) y si está enferma de la costumbre (menstruando) esa mujer queda CUICHIPA HUACHANALLA (embarazada del arco iris). No siente ningún dolor ni molestia hasta que ajusta los nueve meses y le toca dar a luz; entonces si padece mucho y nace un huambra (niño pequeño) sucu (rubio), zhirbu (cabello crespo y rizado), gordo y lindo.
 Entonces sí, el arco no deja a la mujer, le sigue a todas partes porque es bien celoso; si por desgracia tiene un enamorado, entonces el cuichi se apega bien, le envuelve y así oculta le lleva a la casa. Allí se da cuenta la mujer que el arco le persigue. Cuando tiene que salir de su casa, siempre sale acompañada de una chica huambrita (niña pequeña) con un machete blanquito y que este brillando.

El arco viendo que el sol brilla en el machete, se asusta y se pierde “tiempos”. Cuando el CHURIPA CUICHI (hijo engendrado del arco iris) ya está grande en la edad de coger la yunta, amanece un lindo día, el sol brillando; entonces el arco separa tras de la loma a que nadie lo vea.

Entonces le jala a la mujer al cerro, le va llevando al CHURIPA y sigue andando hasta que se hace oración (anochece). Se para el arco delante de una cocha de agua clarita, limpiecita; la mama tiene sed y se agacha a tomar agua; ella que se enrecta (pone de pie) para dar agua al guambra este no parece por dionde (por ninguna parte). Entonces ve que el arco se alevanta (eleva, levanta) y se para delante del sol y más abajo otro arco más clarito pero mas delgado.

En seguida la mama se da cuenta de que el chiripa ha sido llevado por el “arco padre” y empieza a llamar gritando al guambra hasta que se queda YUYAY ILLAG (piensa que no existe, que ha desaparecido).

Así se pasa toda la noche, cuando amanece empieza de nuevo a llamar gritando pero como no parece nadie ella regresa a la casa con dolor de barriga (estomago) y caina (espera) así, y se hace UQUIAYASHCA TULLUYASHCA (enflaquece y la piel se vuelve negra) de una vez; cuando ya no tiene nada de carne y el pellejo está pegado al hueso se acaba la pobre mujer solo aguaitando (viendo, mirando con curiosidad) al cielo y llamando al huambra.

El Chuzalongo

El “chuzalongo” vive en las montañas; allí se encuentran las pisadas, es del tamaño de un niño de seis años, con el cabello largo y sucu; del ombligo le sale un miembro como un bejuco de “chuinsa”.

Para que no “aviente” el aire malo del chuzalongo que causa la muerte, se entra en la montaña, se rompe una rama y se marca; así ya ni puede hacer  nada. Cuando está marcado ya no ataca a nadie, es muy juguetón e inquieto y ya no hace nada; pero en cambio tiene un “humor malo”, después de un momento da un “aire fuerte” y le deja cadáver a una persona.